Ni suena como la tormenta.
Ni
como las bombas estallan.
Ni
como una orquesta desafinada.
El hambre dormita silenciosa
Bajo
los puentes arrebujada
En
un ser humano que calla.
El hambre no se oye…
¡El
hambre! ¡Se siente!
Encarna
Recio Blancos.
Ni suena como la tormenta.
Ni
como las bombas estallan.
Ni
como una orquesta desafinada.
El hambre dormita silenciosa
Bajo
los puentes arrebujada
En
un ser humano que calla.
El hambre no se oye…
¡El
hambre! ¡Se siente!
Encarna
Recio Blancos.
Se armó tal zipizape que me planté y les dije: Si habláis todas a la vez…me
voy a dormir.
Pensaba que ha esta misma hora habría
muchos hombres saboreando manjares en hoteles de cinco estrellas, en
viajes de recreo, en grandes mansiones y con mil lacayos, sin ninguna
preocupación, bien calentitos y sin pensar en el recibo de la luz, mientras
esto estaba ocurriendo en aquel banco.
El mundo giraba impenitente, sin
pararse a pensar en estos hombres que tal vez, tuvieron mala suerte en la vida,
o que optaron simplemente, por ser libres y quedaron atrapados en el laberinto
negro, de la noche sin cobijo.
Cuando bajé con un paraguas y un bocadillo para mitigar el hambre que tal
vez tendría y resguardarle de la lluvia, aquel hombre había
desaparecido del banco, siendo presa de la infernal noche, de la misma manera
que desaparecieron todas las estrellas del cielo.
Un beso.
Encarna Recio Blanco.
Una
tarde de sol, delgada y fina,
Y
fuiste en mi espalda enredadera,
Y
en mi cintura, lazo y serpentina.
Me diste la blandura de tu cera,
Y
yo te di la sal de mi salina.
Y
navegamos juntos, sin bandera,
Por
el mar de la rosa y de la espina.
Y después, a morir, a ser dos ríos
Sin
adelfas, oscuros y vacíos,
Para
la boca torpe de la gente....
Y por detrás, dos lunas, dos espadas,
Dos
cinturas, dos bocas enlazadas
Y
dos arcos de amor de un mismo puente.
R. de león
Encarna Recio Blanco.
Vas galopando jinete a lomos de tu caballo
Y con las bridas le incitas, para que aligere el paso.
Vas galopando jinete, con tu juventud a cuesta.
Con las muchas ilusiones que
pendientes se te quedan.
No quieres mirar atrás para ver tristeza y llanto de aquellos
Que hoy te lloraron sin que les
dieras, tu último abrazo.
Era la tarde lluviosa. El Cielo, ya lloraba entonces
Presagiando que tu barco se encallaba
Como el pez, que nunca ve el dedal que lo atrapa.
Sin percatarte del peligro te zambulliste
entre aquellas aguas,
Para que otra vez… El Señor te bautizara.
Para que cuando llegaras ante el Dios de los Cielos
Te viera muy limpio… El cuerpo y el
alma.
Traspasas nubes azules. Mares que te están mimando.
Campos de un Lugar tranquilo, donde se
te quiso tanto.
Temprano levantó la muerte el vuelo una tarde oscura y helada…
Donde ya los villancicos por el mundo se asomaban.
Mientras que el recuerdo
persista... Francisco
Nadie muere del todo porque siempre…
¡Te recordaremos!
Encarna
Recio Blanco.
He sido capitana de muchos barcos piratas, algunas veces, en mares a la deriva. Líder en fracasos, intentos, empeños, buscando siempre el máximo elixir, que podía regalarme la vida.
He caminado, por tierras
pedregosas que laceraban mis pies, las heridas
curaba con bálsamos de aprendiz.
He tropezado con
corazones crueles, que intentaban
arrancar de mi cuerpo el mío, aunque lo tenía a gran recaudo pero, algunas veces, fue alcanzado por sus lacerantes
y feroces cuchillos.
Quisieron hacerme llorar
y lo lograron, pero en otras ocasiones, solo
vieron sonrisas en mis labios.
Me hicieron temblar de miedo y de espanto, al ver a
sanguinarios perseguirme, pero en otras ocasiones, aceleraba mis pasos y apretaba
mis manos para paliar, posibles movimientos.
Y en esta carrera impenitente, también conocí a grandes
pensadores, a sabios y a ignorantes, a
transeúntes de etiquetas, a espíritus dormidos, a muertos andantes, a farsantes
con levitas, a mujeriegos
maquillados, a corredores de bolsas sin
un duro, a farsantes con chalecos negros, y de todos o de casi todos, aprendí
algo.
De los ingenuos, su
feliz travesía, de los sabios, la grácil sapiencia de sus años, de los otros,
no quise aprender nada, pero siempre, prestando atención en cada movimiento en este camino, donde las flores y las
espinas, se conjugaban siempre a mi paso.
Ahora, contrasto mis
errores con mis logros y veo complacida, que las lecciones las aprendí,
con mis heridas.
Por todo ello, hoy tengo
entre mis manos, una limpia y brillante licenciatura.
Encarna Recio Blanco.
He calculado las horas segundo a segundo.
Me fugué por las escaleras
que las sombras
Me han construido como
salida de emergencia.
Estoy atrapada en un
laberinto sin poder escapar.
Era nuestra hora, nuestro espacio,
Nuestro momento. Y en esta
ventana estoy
Por si te veo pasar, pero
las horas se suceden
Sin poderlas controlar.
Pido a Dios desde mi rincón secreto
Que me deje un ratito sola
entre tu pecho.
Que se acabe el mundo y se
muera hasta el silencio.
Y que se marchen todos los
tristes
Que esta noche, vinieron a
mi entierro
Encarna Recio Blanco.