viernes, 15 de junio de 2018

Voy a disfrutar



Voy  a disfrutar del sol,
a revolcarme en la arena
a compartir con las gaviotas
 las migas de mi merienda.

A nadar en solitario
 por el ancho mar,
para que mi mente descanse
 de tanto cavilar.

Voy a dormir por el día
 y a soñar por la noche…
A comerme la brisa,
 a beberme las flores.

Sin relojes de por medio.
 Sin campanas que repiquen.
Sin madrugadas
y sin potingues.

Sin maquillajes profanos.
 Sin vestidos relucientes.
Sin sonrisas fingidas,
 lejos de la mala gente.

A respirar aires limpios
 entre humildes pescadores,
que afanosos entre redes,
 tejen los fríos y sudores.

Que mi cuerpo retoce,
entre las aguas del mar
y que la sal me devuelva…

El gusto de amar.

Encarna Recio Blanco




sábado, 9 de junio de 2018

Se acabaron las preguntas...


Se acabaron las preguntas sin respuestas.

Terminaron las esperas sin llagadas.

 Las duras fronteras ya están cerradas

Y ese mar, que divide nuestro mundo

Sigue furioso chocando contra las rocas.

 Ya no seguiré tus pasos, y tú seguirás tu rumbo.

 No puedo con la duda en mi macuto.

Ni el silencio que me acosa sin parar.

Ni las campanas al vuelo que tocan

A gloria, o a funeral.

 Afronté los duros retos en la espera.

Cabalgué a lomos de titanes que siempre

Me dejaban naufragando en barcos de papel

A la deriva.

 Esta espera interminable

Es más fuerte que las armas y el dolor,

Mi mente me pide vacaciones

Aunque mi  corazón… diga que no.

 

Encarna Recio Blanco.




domingo, 3 de junio de 2018

Me lo contaron ayer...


Me lo contaron ayer las lenguas de doble filo,

Que te casaste hace un mes y me quedé tan tranquilo.

Otro cualquiera en mi caso, se hubiera echado a llorar,

Yo, cruzándome de brazos dije que me daba igual.

Y ná de pegarme un tiro ni liarme a maldiciones

Ni apedrear con suspiros los vidrios de tus barcones.

¿Qué te casado? ¡Buena suerte! Vive cien años contenta

Y a la hora de la muerte, Dios no te lo tenga en cuenta.

 Que si al pie de los altares mi nombre se te borró,

Por la gloria de mi madre que no te guardo rencor.

Porque sin sé tu marido, ni tu novio, ni tu amante,

Yo fui quien más te ha querido, con eso tengo bastante.

¿Qué tiene el niño, Malena? Anda como trastornado,

Tiene la carilla de pena y el colorcillo quebrado.

Y ya no juega a la tropa, ni tira piedras al río,

Ni se destroza la ropa subiéndose a coger nidos.

 ¿No te parece a ti extraño, no ves una cosa rara?

¿Que un chaval de doce años lleve tan triste la cara?

 Mira que soy perro viejo y estás demasiado tranquila.

¿Quieres que te dé un consejo? ¡Vigilia, mujer, ¡vigila!

Y fueron dos centinelas los ojitos de mi mare.

Cuando sale de la escuela se va pa los olivare.

Y ¿qué busca allí? Una niña, tendrá el mismo tiempo que él.

José Migué, no le riñas, que está empezando a querer.

 Mi padre encendió un pitillo, se enteró bien de tu nombre,

Te regaló unos zarcillos y a mí un pantalón de hombre.

Yo no te dije «te adoro» pero amarré en tu balcón

Mi lazo de seda y oro de primera comunión.

Y tú, fina y orgullosa, me ofreciste en recompensa

Dos cintas color de rosa que engalanaban tus trenzas.

Voy a misa con mis primos. Bueno, te veré en la ermita.

Y qué serios nos pusimos al darte el agua bendita.

 Más luego en el campanario, cuando rompimos a hablar:

Dice mi tita Rosario que la cigüeña es sagrá,

Y el colorín, y la fuente, y las flores, y el rocío,

Y aquel torito valiente que está bebiendo en el río;

Y el bronce de esta campana, y el romero de los montes,

Y aquella línea lejana que la llama... ¡horizonte!

¡Todo es sagrado: tierra y cielo porque así lo quiso Dió!

¿Qué te gusta más? Tu pelo. ¡Qué bonito me salió!

Pues, ¿y tu boca, y tus brazos, y tus manos redonditas,

Y tus pies fingiendo el paso de las palomas zuritas?

Con la pureza de un copo de nieve te comparé;

Te revestí de piropos de la cabeza a los pié.

A la vuelta te hice un ramo de pitiminí, precioso

Y  luego nos retratamos en las agüitas de un pozo.

Y hablando de estas pamplinas que se inventan las criaturas,

Llegamos hasta tu esquina cogidos por la cintura.

Yo te pregunté: ¿En qué piensas? Tú dijiste:

En darte un beso. Y yo sentí una vergüenza

Que me caló hasta los huesos.

De noche, muertos de luna, nos vimos por la ventana.

¡Chssss! Mi hermanito está en la cuna,

Le están  cantando la nana.

«Quítate de la esquina, chiquillo loco,

Que mi madre no quiere ni yo tampoco».

Y mientras que tú cantabas yo, inocente me pensé

Que nos casaba la luna como a marido y mujer.

¡Pamplinas! ¡Figuraciones que se inventan los chavales!

Después la vida se impone: tanto tienes, tanto vales;

Por eso, yo al enterarme que llevas un mes casada,

No dije que iba a matarme, sino que me daba igual.

Más como es rico tu dueño, te vendo esta profecía:

Tú, por la noche, entre sueños soñarás que me querías,

Y recordarás la tarde que mi boca te besó

Y te llamarás « ¡cobarde!» como te lo llamo yo.

Y verás, sueña que sueña, que me morí siendo chico

Y se llevó la cigüeña mi corazón en su pico.

Pensarás: «No es cierto ná, yo sé que lo estoy soñando»;

Pero allá en la madruga te despertarás llorando,

Por el que no es tu marido, ni tu novio, ni tu amante,

Si no el que más te ha querido. Con eso tengo bastante.

 Por lo demás, tó se olvida, verás cómo Dios te manda

Un hijo como una estrella; avísame de seguía,

Me servirá de alegría cantarle la nana aquella:

«Quítate de la esquina, chiquillo loco, que mi mare

No quiere ni yo tampoco». Pensarás:

 «No es cierto ná, yo sé que lo estoy soñando».

Pero allá en la madrugada te despertarás llorando.

 Porque sin sé tu marido, ni tu novio, ni tu amante,

Yo soy... quien más te 'ha querido...

 ¡Con eso tienes bastante! R. León


Encarna Recio Blanco.



viernes, 1 de junio de 2018

En aquel desierto de suspiros...


 En aquel desierto de suspiros, apareció la tormenta,

Inundando de arena su boca  que silenciaba sus penas.

 Se llenó el Cielo de lágrimas, la tarde, se tornó en algarabías,

Y los rayos junto a ella serpenteando sin piedad, caían.

 Miraba embelesada con temor, la danza de las palmeras

Entre el viento huracanado y el rugir de la tormenta.

 Masticando el perfume de la tierra mojada,

Su cuerpo se desplomaba, como una alondra sin alas.

 Sus ojos entornados y su boca musitaba  una plegaria,

Para acallar a sus adentros en tan dura batalla.

 En un preciso instante  apareció una paloma blanca.

Con un mensaje en su pico que decía;

No suspires ni llores por alguien…

¡Que no te ama!


Encarna Recio Blanco.




domingo, 27 de mayo de 2018

Quiero tener abierto...


Quiero tener abierto el río de mis deseos.

Que tu cuerpo y mi cuerpo  naveguen

Jadeantes en nuestras noches  de fiebres

Y de celos.

 Está abierto mi puerto, mi cuerpo te espera,

Y espera que la simiente fecunde en mi campo.

Está mi piel caliente abrazando tu recuerdo.

En la noche te espero galopando con mis ansias

 Que arden en silencio.

Quiero tenerte abierta el alma, cobijarte muy dentro.

Acúnate en  mis labios, que te esperan fieros.

Quiero tenerte el corazón de par en par…

¡Entra mi amor que te espero!

No hagas más larga esta agonía

Que me mata por dentro.

…Y cuando  nos llegue el alba abrazada

Tu cuerpo a mi cuerpo…sentiremos la alegría

 Del germen, que está naciendo.

 

 Encarna Recio Blanco.





Hablaron de mujeres...


Hablaron de mujeres y traiciones

Se fueron consumiendo las botellas.

Pidieron que cantara mis canciones

Y yo canté unas dos, en contra de ellas.

Más de pronto, se acercaba un caballero.

Su pelo ya pintaba algunas canas

Me dijo; le suplico compañero que no hable

En mi presencia de las damas.

Le dije que nosotros simplemente

Hablamos de lo mal que nos pagaron,

Que si alguien opinaba diferente,

Seria porque jamás lo traicionaron.

Me dijo, yo soy uno de los seres

Que más ha soportado los fracasos,

Y siempre me dejaron las mujeres llorando

 Y con el alma hecha pedazos.

 Más nunca les reprocho mis heridas.

Se tiene que sufrir cuando se ama.

Las horas más hermosas de mi vida

Las he pasado al lado de una dama.

V. Fernández

 

Encarna Recio Blanco.




sábado, 26 de mayo de 2018

Siempre pegada a tu muro...


Siempre pegada a tu muro y al filo de tus almenas;

Siempre rondando el castillo de tu amor; siempre sedienta

De una sed mala y amarga de desengaño y arena.

 ¿Por qué te querré tanto? ¿Por qué viniste a mi senda?

¿Quién hizo brillar tus ojos en la noche de mi pena?

 Qué lluvia de mal cariño quiso convertirme en yedra,

Que va creciendo y creciendo pegada a tu primavera.

 ¡Ay, que montaña de amor tengo sobre mi cabeza!

¡Ay, que río de suspiros pasa y pasa por mi lengua!

Yo estaba en mis campos hondos, allí en Castilla la Vieja

Durmiéndome entre molinos y coplas rubias de siega,

Y era mi vida una noria monótona y polvorienta.

Mis hijos venían del campo, con sus camisas abiertas,

Y en el pulso de sus hombros reclinaba mi cabeza.

Así, un día y otro día, allí en Castilla la Vieja...

Una tarde (por los nardos subía la primavera)

Una tarde, vi tu sombra que venía por la senda

Dentro de un traje de pana, tres vueltas de faja negra

Y una voz dura y redonda lo mismo que una pulsera.

 -Buenas tardes, ¿hay trabajo? -Sí-  te dije toda llena

De un escalofrío lento que me sacudió las venas

Y me quitó de encima diez años de vida muerta,

Bordando en mí enagua oscura una rosa dulce y tierna.

-Está bien-  fueron tus gracias, y doblando la chaqueta

Te sentaste a mi lado en el borde de la senda.

Vive este amor de silencio y entre silencio se quema,

En una angustia de horas y en un sigilo de puertas.

El pueblo ya lo murmura en una copla que rueda

Todo el día por el campo y de noche en la taberna.

Dicen que si soy viuda y sacan el muerto a cuestas;

Dicen, que si por mis hijos me debía dar vergüenza...

Dicen, tantas cosas, tantas, que las paredes se llenan

De vidrios y maldiciones y hasta a veces de blasfemias.

 Mi hijo el mayor (veinte años, dulce y moreno), con pena,

Me habló esta mañana: -Madre, ese traje no te sienta,

Ni esas flores, ni ese pelo, ni ese pañuelo de hierbas...

Yo no me atreví a mirarlo, y me sentí muy pequeña,

Como si fuese mi madre la que hablándome estuviera.

-Por nosotros, tú no debes vestirte de esa manera...

 ¡Ay, por vosotros! Os di todo el trigo de mi era;

Todavía de vosotros mi cintura tiene huellas.

¡Sangre mía que anda y vive y a mí me va haciendo vieja!

 ¿Pero es que yo ya no tengo derecho a querer?

 ¿Qué ciega ley  me prohíbe? ¿Que al sol deje mis rosas abiertas?

 ¿Y qué me mire al espejo, y que me vista de fiesta?

¿Y que en mi jardín antiguo florezca la primavera?

 ¡Quiero y quiero y quiero y quiero! Están en flor mis macetas;

Diez ruiseñores heridos cantan amor en mis venas,

 Y me duele la garganta, y está mi voz hecha piedra

De tanto decir: ¡Te quiero como a ninguno quisiera!"

 ¡Ay, qué montaña de amor tengo sobre la cabeza!

¡Ay, qué río de suspiros pasa y pasa por mi lengua!

 ¡Canten, hablen, cuenten, digan, pueblo, niños, hombres, viejas!

¡Que yo de tanto quererle… no sé si estoy viva o muerta!

R. León

 Encarna Recio Blanco.