Me
prohibieron los Cielos amarte,
El
brillo de tus ojos me negó,
Mi
cuerpo entre tus abrazos
Y
el fuego de tus labios.
Caminé con el martirio
De
verte entre la escarcha y la marea,
Cuando
la luz del sol desaparecía
Era
la luna quien me acogía.
Murieron entonces las gaviotas
De
los mares de la tierra
Se
secaron los ríos y las fuentes,
Y
las nubes se tornaron amarillas.
A vivir me condenaron de rodillas
Mis
sueños despertaron a la ira,
Aún
sabiendo el buen Dios, que mi vida,
De
ti dependía.
El suicidio de mi calma fue rotundo,
En
mi alma sembré melancolía,
Al
ver que con grilletes te llevaban
Hacia
un castillo de arenas movedizas.
No tiene culpa la sangre que derramo
Ni
del fuego que a los dos nos consumía
El
difunto ya se nota en el ambiente
Con
el tañer, de campanadas enmohecidas.
Me vetaron tu mirada a media noche,
Del
aroma que tu cuerpo desprendía,
Del
silencio de las horas sin relojes
Cuando
la madrugada nos sorprendía.
A los surcos de mi vientre le negaron
Tu
semilla, en constantes desvelos
Mis
noches, regaban de besos
La
cama, donde te dormías.
Mi corazón a latir ya resiste,
Le
dieron vacaciones de por vida,
Que
es lo mismo, que matarlo…
¡A
sangre fría!
Encarna Recio Blanco.
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