La soledad es a veces un refugio, un lugar, un espacio donde calmar los miedos, donde encontrarse con nosotros mismos, con nuestros pensamientos, sentimientos, dudas, temores y demás familia.
Eso es lo que tiene la soledad, que en
pequeñas dosis es buena, es buena, cuando la elegimos nosotros, pero cuando
aparece sin querer estar con ella, es la peor de las compañías.
Tenemos que aprender a estar solos con nosotros
mismos, a convivir con nuestras soledades, como la mejor, o la peor de las compañías,
pero hay veces, que la soledad duele, y puede
ser, el más grande de los martirios.
El otro día fui a dar
un recital de poesías a un Centro Social, cuando traspasaba aquellas puertas,
mi corazón empezó a latir de una forma acelerada al ver, la cantidad de
viejecitos, sentados en sus sillas de ruedas, al ver aquellos ojos sin la ilusión en ellos , con la mirada perdida muchos de ellos, al ver
que aunque estaban muy cuidados, todos ellos estaban solos, muy solos, con la
soledad del alma, de los recuerdos de sus familias.
Uno tras de otro, me fueron contando sus historias, unos con el
abandono de sus hijos, otros porque sus esposas ya se habían marchado para
siempre, otros porque no tenían a nadie en el mundo, se me encogía el corazón a cada minuto al ver, aquel panorama tan lleno de soledades.
Así es que ni corta
ni perezosa me puse las lentejuelas ,el abanico de plumas, los collares, me
puse las pestañas postizas y empecé a
recitarles sátiras alegres, sainetes, poesías, se me pasaron dos horas
oyéndoles reír a carcajadas aquellos
viejecitos, estaban alegres,que hacía mucho tiempo que no se lo pasaban
tan alegremente y tan bien.
Cuando volví a mi
casa rota y cansada de tanto dar… ¿Sabéis con quien me encontré al abrir la
puerta de mi casa? Pues allí estaba ella…allí estaba la maldita soledad, la increpé de mal humor y le dije: ven que tú
y yo, tenemos que hablar.
Encarna Recio Blanco.
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