Entonces,
nos llega un nuevo camino, en forma de
lo que sea, en el lugar más insospechado y bajo el antifaz más extraño.
Por lo
inesperado, nos deja totalmente paralizados, como si el mundo antes, no hubiera
existido, como si no fuéramos nada más, que ese tren, que espera en la vía
adormilado, para que ese transeúnte, que quiera emprender un viaje.
Empezamos
entonces a pensar, que nuestras tormentas fueron pasajeras, y que esos malos presagios se convierten de repente en ilusiones, con un ápice de enorme de realidad.
Las
pieles gastadas se rejuvenecen, como si la vida, nos diera una segunda
oportunidad, y aunque no estamos seguros de poder contra el viento, la
sensación es increíble, se nos olvida la lucha contra el mundo, y aunque nunca
hemos visto a Dios en persona, dibujamos sus formas en las sabanas blancas de
nuestro lecho.
Cuando
menos te lo esperas, surge el milagro detrás de una calle, en forma de paloma, en alas de un destino
despistado, de un corazón lleno de espinas, o entre los que circulan a tu paso,
tal vez, con las mismas agonías.
Es
imposible comprender el por qué de estas cosas, sin preguntar nada, entonces
comprendemos, que ha llegado nuestro momento, aunque realmente seamos incapaces
de saber con exactitud, cuánto nos durará esa felicidad, la Cruz del calvario,
se nos antoja lejana, y en esas nubes, no queremos bajar a la tierra y
todo empieza a ser conmovedor.
En esta
vida, lo que más daño nos hace, son las espinas del amor en toda su grandeza,
cuando nuestros padres se marchan para siempre, cuando una enfermedad nos fustiga, cuando nuestros hijos sufren, cuando
la penuria nos persigue, y cuando ves que tu corazón, no puede más con la
carga.
En los
momentos más inesperados, aparece el milagro, puede ser tarde para algunos, y
puede ser pronto para otros.
El día que tengamos que partir para siempre, pronto o tarde, nos iremos con nuestras maletas llenas de ilusiones incumplidas, de pecados cometidos, sin pensar en esos momentos, que sólo hay un motivo que nos pueda salvar, solo uno, y ese será, haber vivido cada día de nuestra vida, repartiendo amor.
Encarna Recio Blanco.
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