Si
también el alma duele.
Porque
al corazón le oí,
Quejarse
en mí, muchas veces.
Pero este escozor que tengo
No sé de donde proviene.
Voy
a rogar a los Cielos…
¡A
ver si se compadece!
Encarna
Recio Blanco.
Si
también el alma duele.
Porque
al corazón le oí,
Quejarse
en mí, muchas veces.
Pero este escozor que tengo
No sé de donde proviene.
Voy
a rogar a los Cielos…
¡A
ver si se compadece!
Encarna
Recio Blanco.
Me
duele la cabeza…
De tanto pensar.
De
tanto trabajar.
Las piernas…
De
tanto trotar.
Los brazos…
De tanto apretar.
De tanto amar.
El alma de buscar
Sin
encontrar la paz.
De
tanto, cavilar.
Los dedos…
De
tanto teclear.
El talle…
Por
tanto sopesar.
Me duelen los ojos…
Por dormir poco,
Y
soñar mucho.
Una
barba muy poblada.
Su
atuendo, desaliñado.
Un
corazón con cadenas
Y
unos ojos abrumados.
Rebuscaba por las calles
Cigarrillos aplastados.
Sus
manos los recogían
Cual
un maná consagrado.
Le miraba a hurtadillas
Viendo
el temblor en sus manos
Y
sin medir un saludo
Le
entregué, mi paquete de tabaco.
Te quiero mujer me dijo:
Dando
un suspiro quebrado
Cual
un ser humano herido,
Sin
el auxilio a su lado.
Sigo sus pasos cuando se aleja
Con
su cruz y unos cigarros,
Por
la calle de la amargura va,
Este
ser abandonado.
Yo sigo hablando con Dios
En
este otoño anegado…
De
lágrimas y de vagabundos
Que
te regalan un te quiero…
Por
unos simples cigarros.
Encarna
Recio Blanco.
En el edén de nuestro lecho
Estás
rendido.
En
tu sudor me envuelvo
Con
tu calor me vivo.
Se balancean nuestros cuerpos
En
el trajín de huesos
Y de besos.
Por la serpentina noche nos
Perdemos…
Cuando
el alba aparece…
Y
nos arrulla de nuevo.
Encarna
Recio Blanco.
Por el cinco de enero, cada enero ponía
Mi calzado cabrero a la ventana fría.
Y encontraban los días, que derriban las puertas,
Mis abarcas vacías, mis abarcas desiertas.
Nunca tuve zapatos, ni trajes, ni palabras:
Siempre tuve regatos, siempre penas y cabras.
Me vistió la pobreza, me lamió el cuerpo el río,
Y del pie a la cabeza pasto fui del rocío.
Por el cinco de enero, para el seis, yo quería
Que fuera el mundo entero una juguetearía.
Y al andar la alborada removiendo las huertas,
Mis abarcas sin nada, mis abarcas desiertas.
Para ver el calzado de mí pobre ventana.
Toda gente de trono, toda gente de botas
Se rió con encono de mis abarcas rotas.
Por un mundo de pasta y un mundo de miel.
Por el cinco de enero, de la majada mía
Mi calzado cabrero a la escarcha salía.
Mis miradas hallaban en sus puertas
Mis abarcas heladas, mis abarcas desiertas.
Encarna Recio Blanco.