La amistad es, como esa
delicada rosa que se deshace, mecida por el viento del otoño y vuelve a renacer
en primavera.
La amistad, es esa extraña pareja entre el amor sin sexo, y la tolerancia sin grilletes, ese maná sagrado que todos los seres humanos necesitamos, aunque cada vez, escasee más, por estos mundos de Dios.
Puede ser como el amor,
en casi todas sus dimensiones, es escuchar, compartir, o simplemente estar.
A veces, me pregunto si existe la verdadera amistad, si en algún lugar del mundo, en cualquier recóndito rincón, alguien anciano o joven, se acordará de nosotros cuando ya no estemos, o cuando demandemos su ayuda, si tendremos a ese amigo a nuestro lado, un ser lo suficientemente humano, para otorgamos su apoyo, sin pedir nada a cambio.
La amistad, no es un contrato, aunque a veces, no sepamos hablar en otros términos, ni una manipulación, ni obedecer, ni rogar, ni tolerar, ni dominar, ni ninguno de estos adjetivos, que no tienen ningún valor, en esta causa.
En algunos momentos en los que tras un duro caminar, echamos la vista atrás y vemos con infinita tristeza, los pocos amigos que nos quedan, en caso, que verdaderamente, los hubiéramos tenidos.
De nada sirve una amistad que se nutre del placer de los buenos momentos, que se beben las copas y luego, nos abandonan bajo los efectos del alcohol, alcohol que a veces, no cura esas heridas, que nos hacen reír sin ganas, llorar con la boca seca, o quedar tirados en cualquier acera.
¡Y qué solos quedamos realmente cuando notamos el vacio de aquel, que creímos amigo! ¿Habrá muerto la amistad a manos de estos tiempos en guerras?
Muchas veces, me siento
como una gatita que alimentada sólo de migajas, corre despavorida ante la mano
amiga.
Si he de plantear una
hipótesis, no tengo por más remedio que admitir, que la verdadera amistad en ocasiones, no existe.
Aunque como ser humano tenga mis dudas, aunque este alma mortal quiera creer en algo más, que en nosotros mismos, aunque esa pavorosa afirmación me deje sin aliento. En ocasiones, me acerco a los demás no sé si para corroborar mi tesis, o para reducirla a la condición de descabellada.
La amistad, esa rosa de nadie o de todos, ese sentimiento dependiente que consigue hacernos más humanos, y por eso, más frágiles, ese vaivén que nos aporta felicidad, y a veces, dolor.
No puedo afirmar que no existan amigos, no quiero asegurar no haberlo sentido, ni tentar a la suerte y no sentirlo otra vez, porque raras veces he encontrado un amigo de verdad, pero también, al encontrarlo me he sentido inmensamente feliz.
Siempre me he vanagloriado de mis amigos, y ahora demando amistad, que no encuentro, por más que busco, ahora cuando más lo necesito, pocos son los que se acercan.
Siempre abogué por la amistad y hoy la denuncio, y quiero denunciarla con voz muy alta, con un grito casi imperecedero para aquel que quiera, escuchar mi lamento.
Apelo a vuestro juicio y que sea él, quien os conteste, cuando le hagáis la siguiente pregunta: ¿Cuántos amigos me quedan de verdad?
Encarna Recio Blanco.
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