Dicen que a cierta edad,
las mujeres nos volvemos invisibles, (no
sé quien lo dijo) que nuestro protagonismo en la escena de la vida declina, y
que nos volvemos inexistentes para un Mundo, en el que solo cabe, el ímpetu de
los años jóvenes.
Yo no sé, si me he vuelto
invisible para el Mundo, pero nunca fui tan consciente de mi existencia como ahora,
nunca me sentí tan protagonista de mis actos, de mi vida y nunca disfruté cada
momento de mi existencia, como ahora lo estoy disfrutando.
Descubrí, desde que
llegaste, que soy una princesa de un cuento de hadas, descubrí sencillamente,
al ser humano que llevo dentro, con mis miserias y mis grandezas, y sobre todo,
descubrí que puedo permitirme el lujo de no ser perfecta, y de estar llena de defectos, de tener
debilidades, de equivocarme, de hacer cosas inéditas, indebidas y de no
responder, si no quiero, a las expectativas de los demás, y a pasar de ello, y
sobre todo, quererme mucho.
Cuando me miro al espejo,
ya no busco a la que fui, sonrío a la que soy hoy, me alegro del camino andado,
asumo mis contradicciones, siento que debo saludar cada mañana, a la joven que
fui con cariño, y a releer mis primeros versos.
Pero ahora, quiero dejarla
a un lado, porque me estorba, su Mundo de ilusiones, de locuras y de amores de
una tarde, esa jovencita, ya no me interesa.
Ahora es otra cosa, vivo
bien, sin ponerme el listón tan alto ¡Que descanso! no quiero sentir ese
desasosiego permanente, que produce correr tras los sueños, enamorarte una y
mil veces, estar impoluta a cada momento, ponerme los rulos, pintarme el pelo,
las cejas y las canas, y cada día un vestido distinto.
La vida es tan corta, y el oficio de vivirla
tan difícil, que cuando uno comienza a
aprenderlo, ya hay que morirse.
Encarna Recio Blanco.
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