Me
sube a la garganta.
Sed de tus labios
Me
sube por el alma.
Encarna Recio Blanco.
¡Si supieras amor cuánto te quiero!
Siempre
adosada en mi ventana
Que
cuajada de claveles lloran
Al
percibir mi dolor por tu tardanza.
¡Si supieras amor cuánto te añoro!
Acudirías
presto a apaciguar mis ansias
Taladas
con mil lanzas
Que
cada noche se clavan en mi alma.
¡Si supieras amor cuánto te amo!
Volverías
en la noche a mi llamada
Para
engendrar la semilla y el fuego
En los
pliegues de mi cama.
¡Si supieras amor cuánto te recuerdo!
Le
dirías a Dios que te ayudara
A salir
de ese laberinto oscuro
Donde
moras sin puertas ni ventanas.
¡Si supieras amor cuánto te extraño!
Oirías
el canto de las aguas
De ese
mar que nos separa y nos une
En esta feroz batalla.
Si supieras amor cuánto te necesito
Tirarías
la toalla
En ese
ring donde el premio
Es solo
chatarra.
¡Si supieras amor cuánto te quiero!
¡Con el
peso de mis mustias esperanzas!
Encarna
Recio Blanco.
Pero el destino se
empeñó
En que nuestros pasos se
perdieran
Por senderos distintos.
Nos volvimos a encontrar
A través de una pantalla
Y los Cielos se me
abrieron
Al volver a ver tu cara.
Media vida nos pasó
Casi sin darnos cuenta.
Aprobaste todas tus
asignaturas
A mí me quedó pendiente
la más dura.
Empezamos a soñar
Envueltos en la luna
Y nos perdíamos por la
noche
Con nuestra mala
fortuna.
A través de la distancia
Muchos te quieros al
viento
Y nuestro amor florecía
Con la escarcha de por
medio.
Nos duró la alegría
Lo que dura un suspiro
mañanero.
Una lagrima al caer
O un rayo en el Cielo.
Sé que me quieres.
Sabes que te quiero.
¿Nos está vedado amarnos
en esta tierra?
¡Pues nos veremos... si
Dios quiere!
¡En los Cielos!
Encarna Recio Blanco.
Silencio absoluto en el valle, ni los pájaros cantaban.
Por la vereda abrupta aquella mujer caminaba.
Unos folios en blanco en sus manos, que el viento zarandeaba.
Y en el Cielo mil nubes traviesas al escondite jugaban.
Cansada se tumbó en la vereda quedando su cuerpo
Pegado a la tierra, que la acunaba como a una niña pequeña.
La regó con su llanto, le contó sus penas de amor
Y aquella terrible pesadilla que la trastornó.
Todo era silencio, quietud y misterio, el monte espiaba…
A lo lejos, unas campanadas llamaban a duelo.
El ocaso apareció de improviso, los folios en blanco gritaban.
Las vacas mugían, y los corderos volviendo al redil, lloraban.
Sus ojos miraban sin ver, ni la grandeza de Dios
Y cerrándolos dulcemente a su lado voló...
Encarna Recio Blanco.