Aquí estoy...
Con mis manos dispuestas, y con el desastre consagrado que supone, querer
escribir, aún sin saber cómo atizar a mis neuronas, para que se espabilen.
Queriendo
dibujar con el oleo de mis venas, algo que me lleve a olvidar, lo que en esta
tarde lluviosa de otoño, me requema.
Aquí
estoy, delante de este tétrico artefacto, que me mira inmóvil, sin querer darme
una primera nota de salida, igual que lo hace un director de orquesta, con
su batuta negra.
Mis
parpados fijos en el folio que me mira, preguntándome algo, de lo que no tengo
respuesta, condenada por no poder salir del laberinto de las letras, queriendo
dar luz con mi alma, a este anochecer que me revela.
Por el
gélido desierto me adentro, para no caer en las garras de su recuerdo,
candente, como la fogata de un volcán en erupción. No cicatrizaron las heridas
no, no se cerraron en mi recuerdo, por más que lo intento.
Me
estremece el alarido de un suspiro, que sale de mi cuerpo al recordar, el
último de sus besos, esa huella, no puede borrarla de mis labios nunca, así
como nuestra historia tan dolorosa, y a la vez, tan maravillosa.
La tarde
va cayendo, y la lluvia arreciando, el agua prendida de mis cristales parecen
lagrimas a la deriva, mientras, la nicotina hace estragos en mi garganta, que
seca, me pide que cambie de tema.
Encarna
Recio Blanco
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