Aquel
indigente me miró, y yo sólo le dejé unas cuantas monedas del color de las
palabras.
Traté
de resguardarlo de la escarcha junto a aquella farola desgranada, agradecido,
me dio unos cuantos tesoros que tenía dentro de su chaqueta desgastada, la foto
de su madre, y de aquella enamorada, que
lo dejó un día, porque quiso volar y no la dejaban.
Bebimos, bebimos juntos en un vaso de papel y entonces, una guitarra por los aire sonaba, tocaba aquella canción que juntos escribimos, bajo la luna, que extrañada, jugaba al escondite con nosotros, en mitad de la plaza.
Pusilánimes las sombras, a nuestro lado pasaban sin detenerse ante el alba, que ya se asomaba.
Aquel indigente me abrió muchas puertas que tenía cerradas y al despedirme, me dio la llave para que yo las guardara.Un beso en la frente y un hasta nuca, musitó tristemente.
Lo vi marchar por el callejón de los suspiros cabizbajo, entre las sombras amilanada de la noche, quise correr tras de él, acompañarlo en su peregrinar, pero no pude, no pude, se interpuso el viento, que me devolvió al mundo de los solos.
Encarna
Recio Blanco.
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