El romance y la ilusión no habían formado parte de mi vida, hasta el día que lo conocí.
Mi vida,
una sucesión de obligaciones y tristezas, apenas desde que tengo uso de
memoria, un matrimonio infeliz y muchos años de sueños incumplidos, quería
hacer mil cosas, pero se me frustraron todas.
Me casé
cuando apenas empezaba a vivir la vida, pensando en que, aquellas mariposas que
sentían los protagonistas, de las películas del cine del pueblo, pronto me
llegarían, a mí creyendo, que el amor era cuestión de tiempo, ¡Pobre ilusa!!
Nunca sentí ese amor, nunca, hasta que sus ojos y los míos se encontraron, en
una playa aquel invierno tan frio.
Muchos
años de privaciones y de sueños rotos me habían quemado por dentro, ya estaba
convencida de que mi vida, no despertaba nada de aquello, de lo que todo el
mundo hablaba, y allí estaba él, sentado en una terraza mirando al mar, con la
tranquilidad que tiene aquel, que ha vivido su vida como ha querido, con
rastros en la cara de los años que pasan.
Entonces
entendí las películas de amor, entendí lo que significaba escuchar canciones en
tu cabeza, si, aunque suene cursi, supe lo que el amor es de repente.
Viví
en apenas dos semanas en aquella playa con él, lo que los años y la vida me
habían negado, durante tanto tiempo, y descubrí lo que es el amor, cada
palabra, cada gesto, cada silencio lo significaba todo, y a la vez, nada,
apenas un minuto de distancia hacia parecer en mi, esa intranquilidad
juvenil que me habían descrito, pero que nunca… nunca, había sentido.
Mi
vida estaba llena con él, estaba llena de él…
De esas
dos semanas, hace ya varios años y él, sigue conmigo.
Descubrí
el amor, y no lo quiero perder, vivo el amor que nunca conocí, vivo
enamorada y no me importa, gritarlo a los cuatro vientos.
Encarna
Recio Blanco
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