Salimos
a pasear mi perro y yo.
El
miraba para el suelo oliendo sin descansar
Yo
miraba a las estrellas que no querían alumbrar.
Me encontré con un sereno de esos que no
quedan ya…
Me
saludó cortésmente pero no era de fiar.
Después a dos zagalones de esos que te hacen pensar,
Que tu
bolso peligraba por el tirón infernal.
Más
adelante, a una señorita en la esquina descará
Que me
pedía un cigarro y yo no fumé jamás.
El cura venia rezando un místico ritual
Con la
cara cabreada y un rosario le colgaba
Debajo
de la sotana.
Una
pareja se besa detrás de aquella ventana,
Y mi
perro se hace un pis, de mala gana.
A un lotero
cojeando, a un relojero asustado
Porque
dicen que al barbero en la calle lo han robado.
Un cantinero cabreado porque no vende ni un vino
Y el
que vino se marchó por las palabras que dijo.
Calle
mayor con farolas amarillas como cirios
Con
sombras que van andando sin corazón por testigo.
Me mira cansado el perro cuando saco mi bolígrafo
Y me
subo a la palmera de mi amigo Rafaelillo.
Y allí
arriba sigo con la faena de mis poemas en la palmera subida
Hasta
que llega la poli y me dice, que baje de
allí en seguida.
Que no son horas de hacer terrorismo literario, que es muy tarde
Y estoy
expuesta a cualquier desastre.
Me
encamino hacia las ánimas donde tengo mi escondrijo…
Y ellas
me acompañan silenciosas, llevando a Dios por testigo.
Encarna
Recio Blanco.
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