No me
gusta ver que el monte se queme.
Ni que en los hospitales las camas escaseen.
Ni que
los hombres maten a sangría fría a su mujer
A su amante,
a sus hijos, o a la madre que les dio la vida.
No me
gusta que en las manos se porten fusiles.
Que las
casas estén ateridas, ni que a los niños
Les falte comida y abrazos, ni a los solos la
compañía.
No quiero que el amor se pague, ni que con la sangre
Se riegue
la tierra, ni que aquel que trabaje no
coma
Ni que al que llora, no se le consuele.
No quiero
ver cuerpos andantes sin vida en sus
ojos.
Ni las
opulencias de los egoístas, atesorando banales tesoros.
No quiero ver odio en los corazones, ni indiferencias
Maltrechas,
caminando con pasos amilanados, por las frías aceras.
No quiero
oler la droga en los puertos, ni las cárceles
Llenas de
penas, ni a los inocentes clamando
Por las
justicias que los condena.
No quiero ver por los aires que se ondulen banderas.
Ni que el
mar se divida en porciones.
Ni que al
barbecho le falte la siembra.
No quiero
ver hemiciclos tan llenos de fieras
Legislando
a diestro y siniestro, sin sangre en las venas.
No quiero ver manos tendidas, a las puertas de una iglesia.
Ni a
rufianes con coronas en cabezas huecas.
No quiero
ver el mundo cual polvorín, pendiente de una mecha
Que tarde
o temprano, saltará, dejando en cenizas
La faz de
esta tierra.
¡Que nadie ose cortarme las manos para que no escriba!
¡Ni ponerme
una venda en mi boca, para que no grite!
Encarna Recio Blanco.