¡Hermanos! Los de sangre, y los que no son de sangre, todos los seres humanos que existen en esta tierra, a todos vosotros me dirijo con el corazón y el alma en mis manos. Muchos estaréis contentos y me alegro mucho por ello, otros, tal vez, estaréis con alguna preocupación, y os diré que estoy a vuestro lado, aunque la distancias nos separe. Esta mañana os hablo mirando como la amanecida me saluda iluminando mi estancia con los colores brillantes de un nuevo día.
Tras de
mis ventanales, ya abiertos de par, en par, me llega la brisa con el aroma del azahar,
tomillo y jara que me regala la incipiente primavera, que ya se asoma por
los oteros, y mi alma se agita ante tanta belleza que se va expandiendo de
nuestra Madre Naturaleza. En la
plazuela, veo que hay ya niños jugando a la pelota, hoy es fiesta y no tienen
colegio, me parecen pajarillos sueltos chillando sin cesar en sus correrías, es
una gozada ver como la vida salta ante ellos.
El sol en los cielos se ha encendido de
repente, iluminando todo en derredor y contemplo extasiada la grandeza de Dios
y le doy gracias por ello por lo que veo y por el suculento café que soportan
mis manos y que voy saboreando mientras pienso que la niñez es lo más precioso
que vive el ser humano, sin sobresaltos, sólo alegría, risas y juegos. Entonces pienso cuando era una niña, y como
por arte de magia, me imbuyo en sus juegos, voy tras de ellos y por un instante…evoco
nuevamente la mía ¡Aunque en aquellos
tiempos, eran tan distintos!
Nací, en una posguerra y nosotros carecíamos
de juguetes, no había ni caballitos de cartón, ni muñecas, ni chocolate, ni ropa, ni Reyes Magos, pero
fuimos tan felices…como estos niños que ahora estoy viendo, vestidos con sus su
chándal, con sus bicis y con grandes balones, no les envidio, pero pienso que
estos niños, con todo lo que tienen, no
son más felices que nosotros lo fuimos, aunque carecíamos de esos lujos que
ellos, ahora poseen.
Salgo a la calle y la gente va sonriendo, sin
prisas, sin atascos, con miradas limpias me saludan y cada uno va tan feliz a
sus quehaceres.
Me
acerco hasta la huerta poblada de naranjos y limoneros en flor, allí los
obreros faenan cantando, abriendo zanjas, abonando y regando, me acerco a un
grupo de hombres que mezclados con los de
otros países están unidos, con los de ésta región, almuerzan como
hermanos no hay discriminación entre ellos, se dan la mano, comparten la comida
y alegremente siguen en sus faenas.
Siguiendo
en mí paseo, encuentros a otro grupo de mujeres que están bordando, cosiendo,
hablando, a las puertas de sus humildes casas, me
paro
ante ellas y me cuentan cada una un poco de sus vidas, con una amplia sonrisa
en sus labios, aunque algunas historias eran muy tristes, ellas lo llevan con
un buen semblante con la resignación y con la paciencia que la fe, nos regala a
cada uno de nosotros, pensando que pasará pronto el mal trago. Me adentro por la gran avenida, todo está
iluminado las luces parpadean de una forma mágica, los hombres después de la
jornada de trabajo, comparten su copa de vino en la taberna, están tan
contentos y felices, me paro cerca de ellos y escucho complacida sus conversaciones.
No hablan de política, ni de asaltos, ni de penurias, cantan canciones de la
tierra que pisan, aquellos que ya…se han tomado una copa de más y vuelvo a mi
casa complacida al ver, que lo que me rodea es pura bendición de Dios. Pero pongo la televisión para ver las noticias
y mi corazón de pronto saltó de mi pecho. ¡Hermanos, estamos en guerra!
¡En guerra que va por el camino de ser
mundial! ¿Pero qué ha pasado me
pregunto? Al ver y oír en la pantalla el estallido de las bombas, a seres
indefensos muertos por los suelos, pueblos destrozados por la vil metralla y la
gente huyendo a pecho descubierto, sin saber a dónde ir, sin equipaje y sin
abrigo.
¿Pero si hace unos momentos había Paz en esta
tierra? ¿Si vivíamos en armonía? ¿Si teníamos comida, trabajo, y orden por las
calles? ¡Dios mío! ¡Qué está sucediendo!
Pregunto mirando al cielo con el río de
mis lágrimas cayendo al suelo que piso.
¡Hermanos! Vamos a coger nuestras armas y ponerlas a punto, que no son
otras, que les abramos nuestros corazones con un abrazo de cariño. Vayamos tras
de ellos para decirles, aunque no nos conozcan,
que les queremos, que les perdonamos y que dejen de matar a tantos
inocentes y que son, también sus hermanos.
Sacar las banderas de nuestra Victoria, y que
vean nuestros ojos llenos de amor y misericordia clamando al cielo, inundemos
la tierra de amor y de cariño, de alegría, hacia esos corazones tan ateridos
como la nieve que pisan, esos hombres sin corazón. Vamos a curarles los rencores vamos a quitar
de sus manos, las bombas y las metralletas, para que nuestras promesas les
abran los sentidos, y que ellos comprendan que tan sólo con el amor y el
cariño, todos aunados, podemos conseguirlo.
Vamos a
empezar curando las llagas de la pólvora en esos cuerpos rendidos, a limpiar las
heridas, de los que estén entre el fuego y la nieve desfallecidos. Salgamos a
las calles con el mejor objetivo de darles amor, de darles cobijo con la mejor
de las armas nuestro cariño. Vayamos juntos a hablar con el jefe, que estará
escondido en alguna guarida cual lobo
sediento, del poder maldito.
¡Naciones del mundo entero! Mandatarios, pueblos
escondidos, calles y avenidas, salgamos y vayamos a reunirnos, en un parlamento
donde nuestras voces, paren este desatino y donde estamos todos los hombres
buenos imbuidos.
Ganaremos la batalla tan sólo unidos, hermanos con nuestra
ternura, con el diálogo, con la fraternidad, sin egoísmos, compartiendo la
comida con todos los desprotegidos, y dando abrazos de Paz, que es el único y
verdadero camino.
Que esos enemigos que ahora se ensañan matando,
vamos a vencerlos con nuestro amor y cariño, y tal vez entonces, logremos que
ninguna criatura más, muera a manos de esos asesinos.
¡La Paz
se consigue haciéndonos amigos…De nuestros enemigos!
¡Clamemos
por la Paz! ¡Salir conmigo!
Encarna Recio Blanco.
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