domingo, 27 de marzo de 2022

Hermanos...Paz!

 


¡Hermanos! Los de sangre, y los que no son de sangre, todos los seres humanos que existen en esta tierra, a todos vosotros me dirijo con el corazón y el alma en mis manos. Muchos estaréis contentos y me alegro mucho por ello, otros, tal vez, estaréis con alguna preocupación, y os diré que estoy a vuestro lado, aunque la distancias nos separe.  Esta mañana os hablo mirando como la amanecida me saluda iluminando mi estancia con los colores brillantes de un nuevo día.

Tras de mis ventanales, ya abiertos de par, en par, me llega la brisa con el aroma del azahar, tomillo y jara  que me regala  la incipiente primavera, que ya se asoma por los oteros, y mi alma se agita ante tanta belleza que se va expandiendo de nuestra Madre Naturaleza.  En la plazuela, veo que hay ya niños jugando a la pelota, hoy es fiesta y no tienen colegio, me parecen pajarillos sueltos chillando sin cesar en sus correrías, es una gozada ver como la vida salta ante ellos.

 El sol en los cielos se ha encendido de repente, iluminando todo en derredor y contemplo extasiada la grandeza de Dios y le doy gracias por ello por lo que veo y por el suculento café que soportan mis manos y que voy saboreando mientras pienso que la niñez es lo más precioso que vive el ser humano, sin sobresaltos, sólo alegría, risas y juegos.  Entonces pienso cuando era una niña, y como por arte de magia, me imbuyo en sus juegos, voy tras de ellos y por un instante…evoco nuevamente la mía   ¡Aunque en aquellos tiempos, eran tan distintos!

 Nací, en una posguerra y nosotros carecíamos de juguetes, no había ni caballitos de cartón, ni muñecas, ni  chocolate, ni ropa, ni Reyes Magos, pero fuimos tan felices…como estos niños que ahora estoy viendo, vestidos con sus su chándal, con sus bicis y con grandes balones, no les envidio, pero pienso que estos niños,  con todo lo que tienen, no son más felices que nosotros lo fuimos, aunque carecíamos de esos lujos que ellos, ahora poseen.

 Salgo a la calle y la gente va sonriendo, sin prisas, sin atascos, con miradas limpias me saludan y cada uno va tan feliz a sus quehaceres.

Me acerco hasta la huerta poblada de naranjos y limoneros en flor, allí los obreros faenan cantando, abriendo zanjas, abonando y regando, me acerco a un grupo de hombres que mezclados con los de  otros países están unidos, con los de ésta región, almuerzan como hermanos no hay discriminación entre ellos, se dan la mano, comparten la comida y alegremente siguen en sus faenas.

Siguiendo en mí paseo, encuentros a otro grupo de mujeres que están bordando, cosiendo, hablando, a las puertas de sus humildes casas, me

paro ante ellas y me cuentan cada una un poco de sus vidas, con una amplia sonrisa en sus labios, aunque algunas historias eran muy tristes, ellas lo llevan con un buen semblante con la resignación y con la paciencia que la fe, nos regala a cada uno de nosotros, pensando que pasará pronto el mal trago.  Me adentro por la gran avenida, todo está iluminado las luces parpadean de una forma mágica, los hombres después de la jornada de trabajo, comparten su copa de vino en la taberna, están tan contentos y felices, me paro cerca de ellos y escucho complacida sus conversaciones. No hablan de política, ni de asaltos, ni de penurias, cantan canciones de la tierra que pisan, aquellos que ya…se han tomado una copa de más y vuelvo a mi casa complacida al ver, que lo que me rodea es pura bendición de Dios.  Pero pongo la televisión para ver las noticias y mi corazón de pronto saltó de mi pecho.  ¡Hermanos, estamos en guerra!

 ¡En guerra que va por el camino de ser mundial!  ¿Pero qué ha pasado me pregunto? Al ver y oír en la pantalla el estallido de las bombas, a seres indefensos muertos por los suelos, pueblos destrozados por la vil metralla y la gente huyendo a pecho descubierto, sin saber a dónde ir, sin equipaje y sin abrigo.

 ¿Pero si hace unos momentos había Paz en esta tierra?  ¿Si vivíamos en armonía?  ¿Si teníamos comida, trabajo, y orden por las calles? ¡Dios mío!  ¡Qué está sucediendo! Pregunto mirando al cielo con  el río de mis lágrimas cayendo al suelo que piso.  ¡Hermanos! Vamos a coger nuestras armas y ponerlas a punto, que no son otras, que les abramos nuestros corazones con un abrazo de cariño. Vayamos tras de ellos para decirles, aunque no nos conozcan,  que les queremos, que les perdonamos y que dejen de matar a tantos inocentes y que son, también sus hermanos.

 Sacar las banderas de nuestra Victoria, y que vean nuestros ojos llenos de amor y misericordia clamando al cielo, inundemos la tierra de amor y de cariño, de alegría, hacia esos corazones tan ateridos como la nieve que pisan, esos hombres sin corazón.  Vamos a curarles los rencores vamos a quitar de sus manos, las bombas y las metralletas, para que nuestras promesas les abran los sentidos, y que ellos comprendan que tan sólo con el amor y el cariño, todos aunados, podemos conseguirlo.

Vamos a empezar curando las llagas de la pólvora en esos cuerpos rendidos, a limpiar las heridas, de los que estén entre el fuego y la nieve desfallecidos. Salgamos a las calles con el mejor objetivo de darles amor, de darles cobijo con la mejor de las armas nuestro cariño. Vayamos juntos a hablar con el jefe, que estará escondido en alguna  guarida cual lobo sediento, del poder maldito.

 ¡Naciones del mundo entero! Mandatarios, pueblos escondidos, calles y avenidas, salgamos y vayamos a reunirnos, en un parlamento donde nuestras voces, paren este desatino y donde estamos todos los hombres buenos imbuidos.

 Ganaremos la batalla  tan sólo unidos, hermanos con nuestra ternura, con el diálogo, con la fraternidad, sin egoísmos, compartiendo la comida con todos los desprotegidos, y dando abrazos de Paz, que es el único y verdadero camino.

 Que esos enemigos que ahora se ensañan matando, vamos a vencerlos con nuestro amor y cariño, y tal vez entonces, logremos que ninguna criatura más, muera a manos de esos asesinos.

¡La Paz se consigue haciéndonos amigos…De nuestros enemigos!

¡Clamemos por la Paz! ¡Salir conmigo!

Encarna Recio Blanco.

 

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