viernes, 10 de febrero de 2017

Hoy puede ser un gran día-Mini-Relatos-





Hoy puede ser un gran día...

Ya lo dijo: “Joan Manuel Serrat” en una bella canción, y yo ahora   voy tarareando mientras me voy a la ducha adormilada. Hacía mucho tiempo que no cantaba  por las mañanas, pero esta me parecía especial, sin saber el motivo exacto.

Bajé a tomarme mi suculento café, el cual tomo a diario en una cercana cafetería. Antes de repasar mi abultada agenda, hoy tengo  demasiadas citas, reuniones, visitas, veremos si puedo hacerlo todo; me dije.

 Mientras lo tomaba, observé a un grupo de mujeres que también y con gran algarabía estaban en la cafetería, hablaban todas a la vez, mientras desayunaban, no podía entender lo que decían, porque daban gritos como si estuvieran en el fútbol. Los gritos siempre me han asustado y más, a estas horas de la mañana, en la que el cuerpo, no puede ni con el alma.

Hablaban de chismes, de famosos, de telenovelas, de fritos y de asados, además las veía tan desliñadas, con unas pintas a esas horas mañaneras, que me dieron ganas de empezar a lavar y a maquillar.

 Dejé de prestarlas atención,  no merecían que mis pupilas, vieran esos desastres nada más empezar el día. Pagué mi café y salí corriendo.

El día me pareció un poco gris, las mañanas de otoño no  me gustan mucho, se desperezan entre esas brisas lánguidas  de la  melancólica,  pero me puse en positivo.
 Cogí las llaves del coche, la agenda, el móvil, la cartera  pensando en cuántas cosas nos atan, Dios mío! queriendo ser libres, y tenemos tantas ataduras,  que cada día, nos hacen más esclavos.

¡Qué atasco me encontré en la calle, Dios mío! No llego, me dije: mirando a los viandantes que como yo, esperaban impacientes a que el semáforo se pusiera en verde. Unos sudaban la gota negra,  otros hablando por el móvil, algunos diciendo  improperios  adormilados, y otros, hablando solos.

 Pues yo no pienso ni correr, ni ponerme de mal humor, hoy puede ser un gran día!.

Tranquilamente dejaba pasar a los que tenían prisa, pero la gente me pitaba insultándome diciéndome; Mujer tenías que ser, y ni que quise, ni que no quise, me vi envuelta en la marabunta de  la ciudad, que a estas horas rugía como la tormenta.

Miraba tras los cristales de mi coche y me preguntaba el porqué en toda la mañana no me había encontrado con una cara, que tuviera la sonrisa puesta, ¿Se habrán perdido todas? me dije, esbozando una sonrisa en mi cara.

Y mira por donde, al aparcar mi coche, vi en un banco de aquel jardín,  algo que me estremeció, a un  hombre sin edad, con una  barba blanca y  florecida, como equipaje tenía a su lado un hato deslucido, pero  llevaba en su cara una amplia y preciosa sonrisa.
  
Pensé que pediría una limosna y me acerqué a él, para darle mi pequeño óbolo. Buenos días le dije; muy buenas linda señorita, me contestó, y me mostró el banco para que me sentara con él, no podía rechazar aquella invitación y aunque tenía muchas prisas por terminar mi trabajo, algo me decía que tenía que parar.

Empezamos hablar de muchas cosas, yo le preguntaba, él me respondía, como si nos conociéramos de toda la vida.

Me contó su historia (que sería muy larga de narrar en esta pequeña reflexión)  era un ser libre,  no tenía  casa, ni coche ni cartillas de ahorro, ni llaves, ni prisas,  él solo tenía el sol por las mañanas, el aire para respirar todos los días y que como los pájaros, siempre se obraba el milagro, para poder comer diariamente.

Que leía los libros que por el parque se encontraba, tirados en la basura, que dormía en aquel banco y que  la luna, le arropaba cada noche y le acompañaba.

No podía levantarme de aquel banco,  lo intentaba pero pegada y quieta como una estatua  de sal seguía oyendo hablar aquel hombre,y somatizando lo que me  decía con sus  cálidas palabras.

De un bar cercano, me traje unas empanadillas y unas latas de refresco, compartimos la comida como si fuera aquel banco, el mejor restaurante  del mundo y el mejor banquete, al que  me hubieran  invitado.

Se hacía de noche y  de pronto me di cuenta que todo lo que tenía que hacer  ese día, reposaba tranquilamente en mi agenda.
 Tenía que despedirme  de mi amigo, cuando le di mi mano, él las retuvo y me besó tiernamente en las mejillas.

Me dijo que viviera, que era muy corta la vida, que él dejó atrás el poder, el dinero las ataduras, para vivirla con alegría, y sintiéndose libre de por vida.
Que no creía en la justicia, ni en gobernantes corruptos, ni perdonaba la guerra, ni atinaba a comprender, porqué los niños siguen muriendo de hambre.

Que él siempre  iba buscando la paz y dándola. Por un momento estuve tentada a seguirlo cual Lazarillo de Tormes, estuve a punto  de dejar el coche, las llaves, el móvil la cartera, las citas y acompañarle en su peregrinar, o quedarme en aquel banco con él, con aquel hombre, que era libre como el viento, con muchos horizontes abiertos, con los Cielos por techo y con la luna por compañera, y sobre todo, con la mas encantadora de las sonrisas de felicidad que yo había visto en mucho tiempo.

Sus ojos me estremecían de tal manera, que si ustedes no me llamaran loca les diría que aquella mirada, aquellos ojos…no eran de este mundo.

Por eso hoy, he querido compartirlo con todos vosotros, y si alguna vez os encontráis algún vagabundo en cualquier banco, de cualquier jardín, pensar que tal vez, no sea un vagabundo.

En mi confortable casa, con  todas las comodidades del mundo, empecé a pensar en aquel hombre, que sin tener nada, lo tenía todo.

¡Sí hoy…Ha sido  un gran día para mí!



Encarna Recio Blanco.




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