La Soledad esta
noche, envuelve mis melancolías y me visita.
De una forma misteriosa aparece de repente,
sin previo aviso, desaliñada me mira y
me va enredando como una madeja desgajada, o como la ventisca del otoño
que todo lo arrasa, y entre sus hilos, quedo atrapada, sin conseguir la
retirada.
Me habla sin palabras
cual fantasma, extraña y bellaca, quiero ignorarla pero se revela
maliciosa, queriendo entorpecer mi espacio, mi casa, y mi butaca.
Si estoy escribiendo, inutiliza a mis musas
que antes me inspiraban, y que asustadas, me dejan plantada y se marchan.
Ahora, me mira sin
piedad cuando advierte en mí la rabia por su visita inesperada e ingrata, con
los ojos de un cuervo carroñero con hambre, que busca la presa para devorarla.
Maquiavélica, hurga
con saña en mis silencios, me fustiga con el látigo del miedo, me envuelve
entre su manto negro, que huele, a cipreses y a cementerios.
Silenciosa, empieza a
rebuscar en mis adentros las espinas, los
amores frustrados, las batallas perdidas, los caminos acotados, las
breñas, los sinsabores, las fiebres y los dolores del cuerpo, y del alma.
Malhumorada la invito
a que salga de mi casa, pero se hace la loca y
se sienta a mi lado, la muy descarada.
Ahora, furiosa me planto ante ella, me encaro
con su astuta mirada, me levanto y le abro la puerta, pero nada, no quiere salir, remolona se pasea
por la estancia como si fuera una Reina destronada.
Abro la puerta y soy
yo, la que sale de mi casa huyendo de ella,
dando un portazo, echo la llave y dentro, se queda la malvada Soledad,
encerrada.
Respiro aliviada corriendo
por el parque, como una que va haciendo el maratón de las mil leguas…
Agotada, me siento bajo un álamo dormido, que
al verme, de sopetón despierta de su letargo.
Entonces, en bandadas
aparecen mis musas, que haciendo un círculo a mi lado se sientan.
No tengo papel ni
pluma, les digo angustiada…ellas me responde a grandes carcajadas y me dicen,
que escriba en la tierra donde estoy
arrodillada.
Encarna Recio Blanco.