Madre…
Cuantas veces mi pluma sencilla se calla con miedo.
Se queda sin tinta y el papel se rompe.
Nunca pude madre estando consciente,
Hacerte un poema como te mereces.
Fui la oveja negra en redil caliente…
Fui la incomprendida, la que quizás no merece
Llevar tu apellido Blanco cual la nieve.
Fue tu primer beso, promesa, fue tu constancia mi guía.
Fueron aquellos cachetes luz para mis negros días.
Fuiste poniendo pontones a mis desvaríos de niña
Para que fuera muy limpia, no sólo para ir a la escuela
Sino para ir por la vida.
Un buen día de tu nido voló tu paloma herida,
Y se fue sola remontando sendas, valles y colinas.
Lejos de ti comprendió porqué tantas regañas.
El “¡ten cuidado! ¡No corras! y ¡heme aquí con mil heridas!
Ahora me paro y medito, ahora que ya no soy niña.
Y me duele el corazón y me duele el alma mía
Por no saber si llegué, a lo que soñaste un día.
Recordé tanto mi escuela, a mi maestra…
Y aquella farmacia fría donde yo, aun tan pequeña,
Ya escribía mis poesías.
Poesías que siempre hablaban de lo que desconocía.
De lo que me imaginaba, de lo que después vendría.
¡Al amor, pobre de mí!
A la vida y era tan niña, y a esas cosa que hoy conozco
Antes, que distinta las creía.
Hoy con los años se tornan en realidades tan frías,
Que te hielan las entrañas, que te ateridan tus días.
Por eso añoro las cosas madre, de cuando era una niña.
Sé que el mundo me enseñó cosas que tus no sabías.
Y que si las conocías… siempre tú las silenciaste
Para no tarar mis días.
Pero como es imposible Ir de buenas por la vida,
Porque los golpes te hacen abrir los ojos aprisa.
Se endurecieron mis huesos. Trabajé como tú hacías.
Y esquivé las zarzas negras que a mi paso florecían.
…Y aquí me tienes, ya hecha, casi una mujer prendida,
De este mundo más bien malo, con mi alma más bien limpia.
Otra vez madre lo intento, pero ya ves, no es poesía…
Fueron suspiros al viento que recoge esta cuartilla.
Otra vez madre será… Cuando mis musas dormidas
Despierten. Prometo hacerte, Madre…
La mejor de mis poesías.
Encarna Recio Blanco.