Los
árboles empiezan a desnudarse
perezosamente…
las
calles se alfombran
y
el viento las barre.
El
aire me gruñe
con
un mal talante
cuando
por el parque
ya
no veo a nadie.
El
sol se ha quedado
durmiendo
en el Cielo
con
una bufanda
atada
en el cuello.
Vuelven
mis nostalgias
irritando
a mi cerebro
que
se resiste a entrar
por
estos derroteros.
No
me gusta el otoño
con
sus cirios ardiendo…
ni
la noche de los Santos
ni
el Santo entierro.
Ni
que el almendro se quite
su
blanco velo
ni
que el azahar se esconda
entre
la lluvia y el viento.
Otoñeció
de pronto
sin
yo quererlo.