Camino a merced de la
niebla, pero nunca me pierdo por ella, porque ya estoy perdida de los pies, a
la cabeza. Aparecieron de pronto entre las brumas negra, el amor y el desamor,
nos saludamos fríamente y al bajar la
cabeza dijeron al unísono: puso el corazón en aquel que ya tenía dueña.
Grito a merced de mis
pulmones que ya se resienten por la dura
batalla de la nicotina, de clamar a lo sordos, y a los que no tiene
cabeza, de escribir y escribir versos en las aceras, de rezar y blasfemar, por
aquellos que nunca lucharon para ganar
la medalla del amor en toda su grandeza.
Lloro, porque pido
perdón todos los días y nadie me perdona, porque las lágrimas, quiero que
borren de mi cara alguna huella, algún beso traicionero, el maquillaje sibilino
que me pongo, cuando ando entre las fieras.
Bailo, todos los días
con mi conciencia, juntas entonamos canciones con mis letras, de vez en cuando, se asoman
las palomas, las estrellas, y una gata miedosa que me mira y remira, sin saber el motivo, se
relame de gusto la lengua.
Sueño, cuando el cuerpo
me abandona tras la dura faena, con cosas malas y con cosas buenas, a veces,
antes de acostarme escojo un sueño para que otro dañino no me rompa la escena.
Sueño que soy una
princesa, una reina, una ninfa del bosque, un hada buena, una madre con hijos,
una esposa tierna… ¡O un amor muy grande para el que lo quiera!
Encarna Recio Blanco.