Estamos a las puertas de la Navidad, una Navidad que se presenta, felices para algunos, tristes para otros y amargos para todos aquellos, que no pueden soportar las duras ausencias. Indiferente para los que no tienen creencias en nada, y a veces, ni en ellos mismos.
Cuando llegan estas fechas tan entrañables y veo las luces de neón encendidas. Cuando los villancicos por las calles y plazas empiezan a sonar. Cuando los grandes almacenes incitan a las compras desmesuradas. Cuando veo a los miles de coches, encaminándose hacia la ventura de pasar las fiestas Navideñas con sus seres queridos.
Entonces, asoman por mis venas esos sentimientos, difíciles de expresar con palabras y se apodera de mí, la añoranza y la tristeza.
Empiezo a recordar las Navidades de mi niñez, cuando toda la familia reunida en torno a la mesa, cantábamos aquellos villancicos que mi madre nos había enseñado de pequeñitas.
El amor pululaba por cada rincón de nuestra casa, había calor de
hogar, un calor que al recordarlo, aún siento que me
arropa el corazón.
Sonaban las panderetas, los villancicos, la misa del gallo y aquellas humildes viandas que mi madre, había preparado con tanto esmero, eran trocitos de gloria.
Ahora, ya son muy tristes desde que mis padres se fueron para
siempre, mis hermanas volaron del nido, y yo, a tantos kilómetros de
mi casa materna y de mi familia, tengo que conformarme, con la soledad por
compañera.
La Navidad tiene tanta fuerza, que puede detener una guerra como pasó el 24 de diciembre del 1914 durante los enfrentamientos de las tropas alemán e inglesas, en la Primera Guerra Mundial, los soldados sorprendieron a sus rivales, decorando las trincheras con adornos Navideños.
Los soldados Británicos, inmediatamente respondieron cantando “Noche de Paz”. Haciendo así, un alto histórico para compartir regalos y celebrar juntos, la Navidad, no como enemigos, sino como hermanos.
La Navidad puede sacar los más nobles sentimientos, del corazón de los hombres. Un tiempo distinto, una necesidad de estar cerca de aquellos, a quienes amamos, y que nos regala momentos y recuerdos, que atesoraremos el resto de nuestras vidas.
Sin embargo, hay otra cara de la Navidad, la más cruenta, la más dolorosa, cuando vemos a tu alrededor a seres humanos tirados por los suelos, durmiendo en las calles sin mantas, sin pan y sin cobijo, y lo más triste del todo es, que nadie les muestre unas migas de ese amor, que al parecer es, el que se propaga por las calles, envuelto en villancicos.
El ver a tantos emigrantes que perecen en el mar, los ojos de esos niños asustados que están sufriendo mucho más, de lo que han jugado, imbuidos en esas contiendas tan cruentas, sin cobijo, sin familia, entre metrallas, entre el frío, la nieve, el hambre, muriendo cada día.
En sus caritas el miedo hace estragos, en sus carnes, las heridas están sangrando, y de sus ojitos los ríos de lágrimas, se están desbordando.
¡Ángeles tan pequeñitos, si alas, desplomándose y a esas madres, que
llevando la vida en su vientre, mueren sin darla en mares a la deriva.
Al ver tal genocidio, se me desgarra el corazón, no me a cabe en la cabeza, que los hombres de este suelo, permanezcan indiferentes ante tanto dolor.
No oigo voces a lo lejos, ni a lo cerca, ni a los pueblos, ni a los que gobiernan el Mundo.
No respiran las Naciones Unida, la ONU, los que dicen ser,
los defensores de los derechos humanos, que deben de actuar, de una forma
inmediata, que pare esta barbarie.
Tanto en los estados que están divididos por conflictos armados internos, o estables, en los no democráticos, y en los que en el ejercicio de la democracia, está firmemente asentado, Unicef…Todos están en silencio, solo se oyen las bombas, allá a lo lejos.
El otro día me impresionó leer en los medios de comunicación, cómo medio Mundo, sigue en guerra en nuestros días, por la codicia de aquellos que rigen los destinos de los pueblos.
Nada pueden hacer los indefensos, nada, ante las armas, les conducen a perecer
entre hambrunas, desprotegidos de todo aquello, a lo que un ser humano, tiene
derecho.
¿Cómo se puede ver matar a hombres, mujeres y niños, que necesitan más cariño que leche, con el mayor de los desprecios, como si fueran carne de cañón, por la poca conciencia de asesinos y dictadores, que solo quieren el dinero y el poder, sin importarles el hambre y la miseria, de tantos seres humanos?
¡Cómo callamos ante tanta barbarie! Nadie podrá acallar mi voz, ni atar mis manos para denunciar, con todas mis fuerzas esta barbarie.
Seguiré con mi lucha solitaria expandiendo mis
palabras, para denunciar el horror y el desamor, pidiendo
que se eleven las voces y podamos entre todos, parar esta barbarie para
siempre, en toda la faz de esta Tierra, aunque creo, que
en algunos corazones no tendré eco.
Hagamos que estas Navidades broten de nuestros corazones los sentimientos más nobles, de esta manera, podremos celebrar la verdadera Navidad, aunque no tengamos en la mesa ni turrón, ni ricos majares, ni la presencia de aquellos seres queridos, que ya marcharon para siempre, de nuestro lado.
¡Poetas, pensadores, hombres de bien! ¡No perdáis el tiempo! A veces, a los corazones les llega poca sangre.
No basta una mano para matar, necesitamos las dos para acariciar, para aplaudir y, todas las del Mundo para conseguir la Paz
¡Estoy muy triste…Muy triste esta noche! porque veo que...
¡La Paz, está herida de muerte!
Encarna Recio Blanco
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