jueves, 1 de junio de 2017

Aprender a vivir-Reflexiones-



Aprender a vivir, a sentir, a caer y levantarnos, aunque a veces, vayamos caminando por senderos sin espinas, otras veces inciertos, es difícil la andadura, y cansados, nos paramos a reflexionar sobre la vida que a diario, tal vez, dejamos pasar, sin darnos cuenta que, cualquier día puede ser el último de nuestra vida.
 Ayer vi a una mujer  ciega que a oscuras, miraba desde su prisma el mundo, que tal vez nosotros con luz,  no hayamos percibido nunca. Comprendí entonces, que no existen grandes o pequeños problemas, sino formas distintas de afrontarlos.

Aprendí, que la sonrisa es lo último que debe perderse, aún cuando no queden más ramas a las que agarrarnos, incluso cuando las puertas estén cerradas, aún  cuando el sueño nos ciegue, o cuando la vida se nos va extinguiendo.

Comprendo ahora, que lo cierto puede ser una enorme quimera, que los sueños a veces se cumplen, sólo con desearlo, y que el amor,  no es cosa a veces de dos, sino de tres.

Únicamente hace falta un corazón para ponerlo en marcha, y que por más aprisa que vayamos, siempre llegaremos al mismo sitio, y que las líneas de las manos pueden transformarse, dependiendo de los caminos que tomemos a lo largo de nuestro tiempo.

Aprendí, que un juego puede ser una distracción para unos, y un gran peligro para otros, que el dolor es necesario, y que las dos caras de la moneda, son inútiles para aquel, que sólo quiere percibir una.

Comprendí, que no puedo yo sola, cambiar el mundo, pero sí motivar a otras personas en la tarea de transformarlo. La vida es un sendero ancho, estrecho, grande, minúsculo, rocoso, liso, espacioso o claustrofóbico, estéril o fértil, pero que en la mayoría de los casos, depende de nosotros.

Estas cosas las aprendí ayer, y sólo por que quise prestar atención al mundo que me rodeaba,  únicamente porque abrí los ojos, ya  que muchas veces, los mantengo totalmente cerrados y estoy casi siempre, en las nubes.

En veinte cuatro horas, se pueden aprender grandes cosas, sobre todo, cuando de pronto notamos el dolor, el fuego, el desamor, las tormentas o las luces apagadas.

Por eso ahora, no permito pasar ni un solo día más, dejando que el tiempo consuma mis momentos.
No he dejado de suplicar más días a mi buen Dios, ya que no he sabido utilizar las armas que Él  puso en mis manos, y ese arma, se llama amor.


Vivo ahora cada uno de mis momentos luchando con el arma del amor entre mis manos a diestro, sin siniestro, porque quizás, pueda ser, mi último momento.

Encarna Recio Blanco.


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