Aprender
a vivir, a sentir, a caer y levantarnos, aunque a veces, vayamos caminando por
senderos sin espinas, otras veces inciertos, es difícil la andadura, y
cansados, nos paramos a reflexionar sobre la vida que a diario, tal vez,
dejamos pasar, sin darnos cuenta que, cualquier día puede ser el último de
nuestra vida.
Ayer vi a
una mujer ciega que a oscuras, miraba desde su prisma el mundo, que tal
vez nosotros con luz, no hayamos percibido nunca. Comprendí entonces, que
no existen grandes o pequeños problemas, sino formas distintas de afrontarlos.
Aprendí,
que la sonrisa es lo último que debe perderse, aún cuando no queden más ramas a
las que agarrarnos, incluso cuando las puertas estén cerradas, aún cuando
el sueño nos ciegue, o cuando la vida se nos va extinguiendo.
Comprendo
ahora, que lo cierto puede ser una enorme quimera, que los sueños a veces se
cumplen, sólo con desearlo, y que el amor, no es cosa a veces de dos,
sino de tres.
Únicamente
hace falta un corazón para ponerlo en marcha, y que por más aprisa que vayamos,
siempre llegaremos al mismo sitio, y que las líneas de las manos pueden
transformarse, dependiendo de los caminos que tomemos a lo largo de nuestro
tiempo.
Aprendí,
que un juego puede ser una distracción para unos, y un gran peligro para otros,
que el dolor es necesario, y que las dos caras de la moneda, son inútiles para
aquel, que sólo quiere percibir una.
Comprendí,
que no puedo yo sola, cambiar el mundo, pero sí motivar a otras personas en la
tarea de transformarlo. La vida es un sendero ancho, estrecho, grande,
minúsculo, rocoso, liso, espacioso o claustrofóbico, estéril o fértil, pero que
en la mayoría de los casos, depende de nosotros.
Estas
cosas las aprendí ayer, y sólo por que quise prestar atención al mundo que me
rodeaba, únicamente porque abrí los ojos, ya que muchas veces, los
mantengo totalmente cerrados y estoy casi siempre, en las nubes.
En veinte
cuatro horas, se pueden aprender grandes cosas, sobre todo, cuando de pronto
notamos el dolor, el fuego, el desamor, las tormentas o las luces apagadas.
Por eso
ahora, no permito pasar ni un solo día más, dejando que el tiempo consuma mis
momentos.
No he
dejado de suplicar más días a mi buen Dios, ya que no he sabido utilizar las
armas que Él puso en mis manos, y ese arma, se llama amor.
Vivo
ahora cada uno de mis momentos luchando con el arma del amor entre mis manos a
diestro, sin siniestro, porque quizás, pueda ser, mi último momento.
Encarna Recio Blanco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario