¡Quiero
escapar! Quiero irme muy lejos donde el silencio sea mi perenne compañero, mi
bálsamo, mi confidente.
Irme trepando hacia las altas montañas de la
tierra, los mares tranquilos, los desiertos callados y solitarios, buscando en
la lejanía el árbol de la dicha, donde pueda encontrar el arca perdida.
Quiero
escapar, para encontrarme de nuevo y poder amamantar a tantos niños hambrientos,
donde pueda saborear la fruta prohibida de ese añorado sosiego, donde pueda
encontrar un amor verdadero, unos brazos tiernos, unas caricias que me
envuelvan.
Todo
eso, me lo dieron alguna vez, en algunos momentos…pero al despertar de aquellos
sueños, con gran dolor me daba cuenta, que no eran verdaderos.
Lloré lagrimas de sangre, escribía cuando el
sueño huía de mi cuerpo, y en las madrugadas rendida, sin saber donde anclar mis
dedos, caía de bruces sobre la almohada, con los ojos abiertos.
Desde el alba hasta el ocaso, esperaba
sentada a la vera de un poema enjaretado
que mi pluma, no se atrevía a terminar.
Escapar
para que de mis ojos desaparezcan los surcos morados, que emulan a
la Virgen Dolorosa cuando su hijo con la Cruz a cuesta, cae de bruces sobre la árida
tierra, que se abría, al sentir el Santo
cuerpo que de bruces, una y otra vez, caía sobre ella.
Clamaba
a esas estrellas tan distantes, que me pusieran un punto de luz en mis
mejillas, para transformar la negrura de mis cuitas.
¡Hui!
Que quiero! ya se doblan mis rodillas
por el peso que llevo en mi mochila, me cimbreo con mi llanto buscando la
armonía de las cuerdas de un violín que a lo lejos, como yo, está suspirando.
¡Quiero
fugarme! Por donde no existan alambradas, ni fronteras, ni fusiles, ni
escopetas, donde los besos se regalen, donde el amor florezca, y la Paz se
establezca para siempre.
Por donde no sienta que a diario, se viola al hambre,
al hombre, a una mujer, a un niño, a la pobreza, a los abrazos clandestino del
poderoso, hacia su sirvienta.
Por donde no vea que cada día muere un ser humano inocente, por las balas
furtivas de algún sicario, ni que un marido mate a su mujer, ni que un hombre
se quede sin trabajo, donde en los hospitales no escaseen las camas, y los
ancianos carezcan de los cuidados más elementales. ¡Dios mío!
Esta pesadumbre me agobia el alma, me arde el
corazón y se enciende como la reja en la fragua, que ante el fuego, se curva.
Mi pobre corazón a veces, se escapa de mi
cuerpo y cual un fugitivo, no sabe donde
instalarse, para encontrar el bálsamo sagrado de la Paz.
Por la noche, me escapo por las callejuelas envuelta
en una mantilla negra, como alma en pena y solo veo, que por las calles solo
transitan, muñecos de cera, me vuelvo a mi madriguera y cierro las puertas, con
cerrojos y cadenas.
Esta
noche me juzgo y me condeno, sin encontrar al letrado que me defienda y me
perdone la vida, por el intento.
Mis
alas rotas planean, y en la tentativa por los aires se desploman, sin encontrar
una rama seca que las detenga.
Sentada
en el cielo de las constelaciones, espero impaciente a que un Ángel caído me
socorra, y mientras, escribo en una nube perezosa que me acompaña en la difícil
travesía, de mi huida.
Encarna
Recio Blanco.
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