Se
volvieron a unir nuestras manos
y
volvieron a mirarse nuestros ojos .
Ni el
tiempo ni la distancia
despedazó
aquel tesoro.
Cada cual por su camino
rumbos rotos sin destino
lejos el uno del otro,
pero a la vez, tan unidos.
Nadie
advirtió aquel lenguaje .
Nadie
supo si sufrimos
ni el
nudo en nuestra garganta
ahogándonos
el suspiro.
Se
volvieron a juntar nuestras manos
para un adiós
definitivo …
Nuestras
almas quedaron
juntas en
el infinito.
Encarna Recio Blanco
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