Del
lecho hicimos nuestro altar
Y en la
sublime ceremonia
Bebimos
hasta emborracharnos
Con el
néctar más puro
De las
rosas.
Los mares se desbordaron
Por
nuestra piel
Que
ardiente y sudorosa
Se
mecían como el viento
Sacude
las hojas.
El hambre la saciamos
Con el
pan que la pasión dora
En el
horno incandescente
De la lujuria más sonora.
En el horizonte de los quejidos
Nuestras pieles se
sonrojan…
Resbalándonos tras las sabanas
Caímos
a la mullida alfombra.
¡Allí nos esperaban las dos copas!
De tanto trepar por la empinada cuesta
Nuestros
cuerpos se abandonan
Hacia
el precipicio de la noche
Que nos
abre de par en par…
Las puertas de la aurora.
Los fuegos se calmaron
Con el laúd y la estrofa en nuestras bocas
Y un
trozo del Cielo apareció…
Para
asistir a nuestra sublime ceremonia.
Encarna
Recio Blanco.