Trato de
atrapar el tiempo con las manos, pero se me escapa, se me escapa
inexorablemente entre los dedos de estas manos, que han visto ya tantos y
tantos otoños. Que han presenciado las desgracias propias y ajenas, las manos
con las que escribo, las que anhelan un descanso, las manos que te abrazaban,
en esas noches en las que aún, pudimos atrapar nuestro sueño.
Cada edad
tiene un pecado, y cada pecado un motivo, nunca podré olvidar aquellos tiempos
de vino y de rosas, de amaneceres en los que te besaba, apasionadamente,
recitándote a la vez, mi último verso, esos momentos que aún, llevo tatuados en
la piel, y que me han pasado factura con estricta puntualidad, y muchos otros,
que no olvidaré mientras viva.
Me costó
nuestra historia más, que lo recibí de ella. Mi juventud, mis amigos, la parte
noble de un ser humano que tiene fe, y no se rinde. Me costó aprender el dolor
y la condena de estar sin ti, el no tener descanso, ni piedad, ni olvido, ni
deseos, y de pronto, un día dejé de reconocerme ante el espejo, aunque mi
cuerpo, siguiera siendo el mismo.
¿Cómo
puede cambiar tanto el viento en el horizonte? ¿Cómo dejamos de desear lo que
tanto hemos querido? ¿Cómo se puede vivir y no temblar? ¿Cómo se puede temblar
y dejar de moverse?
¿Cómo
puedes haberte quedado con el hielo, teniendo el fuego a tu lado?
No
responde el eco a mis preguntas, ni me traen mensajes las palomas, el
amanecer se vistió de luto, el día que te fuiste…Sin volver la cabeza.
Encarna Recio Blanco
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