Balbuceo unas
palabras prestadas, en el ocaso de una noche de verano, cuando los rayos
del sol van despareciendo, en la solitaria playa.
Y entonces, los
besos robados quedaron en la arena con tu nombre, y que de pronto, borró una
ola furiosa.
Mis huesos
quedaron para ser el alimento de unas gaviotas enfermas, que veloces huyeron,
de aquella playa, entonces, opté por dormir bajo el Cielo infinito de mi pena.
Unas sombras ahora,
se movían sigilosas por el camino de mi melancolía, con el
quebranto de las horas, tras el edificio de mi ruina.
La noche hace añicos
a esta espera de siglos contenida, de desazones y de requiebros en
la morada de mi constante agonía.
Unos cantos
lejanos con voces desafinadas, me hace despertar de mi apatía, y mirando el
cortejo fúnebre, presiento que en aquella caja, van a enterrar lo que yo
mas quería.
Empezó mi memoria a
recordar entonces, la noche que siendo una niña, me enganché de por
vida a la pluma, sin saber que decir, ni como hilvanar mis poesías, con
faltas de ortografía y sin terminar el bachillerato.
Pero lo que bien
recuerdo es, que todos los días, me escapaba por las rendijas de mi inconsciente
osadía, por los pasillos del colegio, un colegio sin columpios y
sin meriendas ni recreos, llena de barro y sin zapatillas, quería a tan
temprana edad, dar un paseo por el mundo, por la vida.
Me fui huyendo
de mí casa y de aquel entorno, que en aquellos tiempos, era tan hostil, como un
tiroteo, tan negro, como el hambre en el exilio, tan tétrico, como una
cárcel llena de cerrojos, cuando veía aquellos hombres como sudaban, con hambre
y con sed, en aquel frio barbecho.
Quería hacerme mayor
y en la Universidad comprendí, que aquel paseo me costó sangre, sudor y
lágrimas.
Sigo paseando por el
mundo, sigo esperando de la vida, y sigo escribiendo poesías en la arena de
esta playa solitaria, o en el ocaso de una noche como esta, de verano.
Encarna Recio Blanco
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