La tarde otoñal languidecía, con ese color amarillento que adormece, iba
despistada y a nadie veía. Unas campanas en la iglesia me
sobresaltaron, y al alzar la vista te vi, venias caminando con pasos trémulos,
te acercabas, no me lo creía, fueron tantos años de ausencia, no podía ser,¿ Estaría
soñando?
Quise correr, esconderme, fulminarme, evaporarme, pero frente a mí, tus
pasos se detuvieron. Todos los recuerdos de pronto llegaron a mi mente, tus
ojos altivos de arriba abajo me examinaron, con una sarcástica sonrisa me dijo:
¿Cómo estás? ¿Tú qué crees? le dije con una sonrisa diabólica en mi boca.
Se torno la tarde en ese instante en duda, espanto, guerra, fuego, se llenó
de lluvia, de llanto, de sueños dormidos, que se despertaron.
Sus ojos, aquellos ojos que tantas veces besé mientras dormía me desnudaron,
y un escalofrió recorrió mi cuerpo que estaba temblando. Este cuerpo que fue suyo tantas
veces, ahora cual lirio trasnochado, quería estar sereno, pero sin lograrlo.
Tú cual ladrón robando, entrabas en mi vida nuevamente, sin pedir permiso,
como en aquellos años, y como un volcán que estaba sangrando, se
desparramaron, los minutos, los días, los años, que fueron mi sueño y mi
engaño.
Le miré a los ojos, sin que él notara mi gran sobresalto, dibujé una
mueca llena de sarcasmo, era mi antifaz, y empecé a actuar en esta
comedia, que terminó siendo drama y que él había empezado.
Te vi, sin sentirte, me hiciste tanto daño, que ahora soy yo la que le
digo: Sigue tu camino, el mío, está ocupado.
Encarna Recio Blanco.
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