Me duele el corazón de tanto amarte, y el alma de esperarte sin respuesta. Le pido a los dos, que no se marchen, pero ellos siguen, no contestan. Quisiera entregarte mis dos manos para que obrasen siempre a tu manera y a los pies, para que en sueños, vuelvas por aquí, aunque no quieras.
Quisiera yo nombrarte el patriarca de los muros que encierran mi tormento y guardián de las lanzas que de noche, se clavan en mi pecho mientras duermo.
Quisiera que entrases de
puntillas y sin ruidos, y te acostases a
mi lado y pasar así los años que me quedan, enlazada a tu pecho y a tus brazos.
Cuando no me quedan sueños en la alcoba, recojo aquellos que dejaste, y miro al mar y no contesta, ¿Será que a él también lo enamoraste?
Me confieso una testigo traicionera, un capitán que abandonó su barco, un ruin que a todos desespera.
Tuve magia, tuve tiempo,
tuve momentos opacos, tuve sol y tuve viento, para buscar el valor que no
encontramos.
Pero ahora, sin prestarme atención, ya se marcharon, me dejaron sentada sin testigos, y con menos que con más, me abandonaron.
Y es que el mal, no se comprende, y el llanto por un rato es un buen amigo, pero al tiempo él se cansa de nosotros, y nos deja más que nada, deprimido.
Me sobran años mi amor para
pasarlos contigo, me sobra más, y mucho mas corazón, que a ti nieve en los
bolsillos.
Pero me falta tu amor, tu tiempo y tu vanidad, me falta la razón que tú me has de arrancar, me falta al despertar, y al acostarme después, y si hago balance también faltas en mi cama, otra vez.
Si consigues algún día renovar tus prioridades, y me pones la primera, o la segunda, o ¡Quién sabe! no hace falta que me llames, estaré sin previo aviso.
Espero que tú me esperes,
como hasta ahora me has dicho.