Madre…
Se queda sin tinta y el papel se rompe.
Como te mereces.
Fui la oveja negra en redil caliente.
Fui la incomprendida, la que quizás no merece
Llevar tu apellido Blanco cual la nieve.
Fueron aquellos cachetes luz, para mis negros días.
Para que fuera muy limpia, no sólo para ir a la escuela
Si no, para ir por la vida.
Y se puso sola remontando sendas valles y colinas.
Lejos de ti comprendió porque tantas regañas
¡El “Ten cuidado! ¡No corras! ¡Y heme aquí con mil heridas!
Ahora me paro y medito, ahora que ya no soy niña,
Y me duele el corazón y me duele el alma mía,
Por no saber si llegué, a lo que soñaste un día.
Y aquella farmacia fría donde yo, aun tan pequeña,
Ya escribía mis poesías.
De lo que me imaginaba, de lo que después vendría.
Y esas cosa que hoy conozco antes, que distinta las creía.
Que te hielan las entrañas que te aterida tus días.
Y que si las conocías…siempre tú las silenciaste
Para no tarar mis días.
Porque los golpes te hacen abrir los ojos aprisa.
Y esquivé las zarzas negras que a mi paso florecían.
De este mundo más bien malo, con mi alma más bien limpia.
Fueron suspiros al viento que recoge esta cuartilla.
Despierten, prometo hacerte Madre…
La mejor de mis poesías.
Encarna Recio Blanco.
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