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viernes, 10 de marzo de 2017

En un valle angosto...


En un valle angosto de árboles secos

Viajé aquella noche desnuda en un sueño.

Estaba muy sola sin poder huir

Entre aquellos parajes que no tenían fin.

Las hojas de un árbol cayeron al suelo

Y me recordaron un triste suceso.

De piedras rocosas, de ríos dormidos,

De aguas muy negras, y de un inmenso frío.

 Cubrí como pude mi pobre esqueleto

Y fui tropezando por aquel sendero

No se oía nada, no mugían los becerros,

Sola en la negra noche entre rayos y truenos.

 La luna muy blanca se asomó un momento

Entre la tormenta, y entre el frío viento.

Clavada en el suelo seguía implorando al buen Dios,

Que me rescatara de aquel agujero.

 Mis huesos gastados, mis manos dormidas

Se paralizaban al no encontrar salida.

Ni en los mudos setos, ni en el monte inquieto

No escuchaba un eco de renacimiento.

   Aquel sueño seguía, no tenia fin

Las horas pasaban sin poder huir.

Existen momentos que son para siempre,

Y tristes fantasmas que vuelven a verte.

 Visitan tu alma, con duros recuerdos

Abriendo las heridas sin tercos ungüentos.

Y en aquel sueño eterno de la noche fría

Recordé tus brazos que me rescatarían.

 Aún sabiendo que todo había terminado

Temblaron mis manos, viviendo el pasado.

Hay cosas que pasan y sin más se olvidan,

Y hay hechos que marcan, toda nuestra vida.

 

Encarna Recio Blanco.




sábado, 10 de diciembre de 2016

Me prohibieron los Cielos amarte...


Me prohibieron los Cielos amarte,

El brillo de tus ojos  me negó,

Mi cuerpo entre tus abrazos

Y el fuego de tus labios.

 Caminé con el martirio

De verte entre la escarcha y la marea,

Cuando la luz del sol  desaparecía

Era la luna quien me acogía.

Murieron  entonces las gaviotas

De los mares de la tierra

Se secaron los ríos y las fuentes,

Y las nubes se tornaron amarillas.

A vivir me condenaron de rodillas

Mis sueños  despertaron a la ira,

Aún sabiendo el buen Dios, que mi vida,

De ti dependía.

El suicidio de mi calma fue rotundo,

En mi alma sembré melancolía,

Al ver que con grilletes te llevaban

Hacia un castillo de arenas movedizas.

No tiene culpa la sangre que derramo

Ni del fuego que  a los dos nos consumía

El difunto ya se nota en el ambiente

Con el tañer, de campanadas enmohecidas.

Me vetaron  tu mirada a media noche,

Del aroma que tu cuerpo desprendía,

Del silencio de las horas sin relojes

Cuando la madrugada nos sorprendía.

A  los surcos de mi vientre  le negaron

Tu semilla, en constantes desvelos

Mis noches, regaban de besos

La cama, donde te dormías.

Mi corazón  a latir ya resiste,

Le dieron vacaciones de por vida,

Que es lo mismo, que matarlo…

¡A sangre fría!


Encarna Recio Blanco.