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sábado, 26 de mayo de 2018

Siempre pegada a tu muro...


Siempre pegada a tu muro y al filo de tus almenas;

Siempre rondando el castillo de tu amor; siempre sedienta

De una sed mala y amarga de desengaño y arena.

 ¿Por qué te querré tanto? ¿Por qué viniste a mi senda?

¿Quién hizo brillar tus ojos en la noche de mi pena?

 Qué lluvia de mal cariño quiso convertirme en yedra,

Que va creciendo y creciendo pegada a tu primavera.

 ¡Ay, que montaña de amor tengo sobre mi cabeza!

¡Ay, que río de suspiros pasa y pasa por mi lengua!

Yo estaba en mis campos hondos, allí en Castilla la Vieja

Durmiéndome entre molinos y coplas rubias de siega,

Y era mi vida una noria monótona y polvorienta.

Mis hijos venían del campo, con sus camisas abiertas,

Y en el pulso de sus hombros reclinaba mi cabeza.

Así, un día y otro día, allí en Castilla la Vieja...

Una tarde (por los nardos subía la primavera)

Una tarde, vi tu sombra que venía por la senda

Dentro de un traje de pana, tres vueltas de faja negra

Y una voz dura y redonda lo mismo que una pulsera.

 -Buenas tardes, ¿hay trabajo? -Sí-  te dije toda llena

De un escalofrío lento que me sacudió las venas

Y me quitó de encima diez años de vida muerta,

Bordando en mí enagua oscura una rosa dulce y tierna.

-Está bien-  fueron tus gracias, y doblando la chaqueta

Te sentaste a mi lado en el borde de la senda.

Vive este amor de silencio y entre silencio se quema,

En una angustia de horas y en un sigilo de puertas.

El pueblo ya lo murmura en una copla que rueda

Todo el día por el campo y de noche en la taberna.

Dicen que si soy viuda y sacan el muerto a cuestas;

Dicen, que si por mis hijos me debía dar vergüenza...

Dicen, tantas cosas, tantas, que las paredes se llenan

De vidrios y maldiciones y hasta a veces de blasfemias.

 Mi hijo el mayor (veinte años, dulce y moreno), con pena,

Me habló esta mañana: -Madre, ese traje no te sienta,

Ni esas flores, ni ese pelo, ni ese pañuelo de hierbas...

Yo no me atreví a mirarlo, y me sentí muy pequeña,

Como si fuese mi madre la que hablándome estuviera.

-Por nosotros, tú no debes vestirte de esa manera...

 ¡Ay, por vosotros! Os di todo el trigo de mi era;

Todavía de vosotros mi cintura tiene huellas.

¡Sangre mía que anda y vive y a mí me va haciendo vieja!

 ¿Pero es que yo ya no tengo derecho a querer?

 ¿Qué ciega ley  me prohíbe? ¿Que al sol deje mis rosas abiertas?

 ¿Y qué me mire al espejo, y que me vista de fiesta?

¿Y que en mi jardín antiguo florezca la primavera?

 ¡Quiero y quiero y quiero y quiero! Están en flor mis macetas;

Diez ruiseñores heridos cantan amor en mis venas,

 Y me duele la garganta, y está mi voz hecha piedra

De tanto decir: ¡Te quiero como a ninguno quisiera!"

 ¡Ay, qué montaña de amor tengo sobre la cabeza!

¡Ay, qué río de suspiros pasa y pasa por mi lengua!

 ¡Canten, hablen, cuenten, digan, pueblo, niños, hombres, viejas!

¡Que yo de tanto quererle… no sé si estoy viva o muerta!

R. León

 Encarna Recio Blanco.





miércoles, 8 de octubre de 2014

Un credo impío...



Un credo impío.

Un diputado se queja

Dos curas sin el rosario,

Y una monja, con su cruz a cuesta.

 Unas velas encendidas

Que a nadie alumbran.

Un vagabundo cantando

Sin un mendrugo.

 Un país que se disgrega.

Una tierra que se seca.

Unos mares con fronteras

Y unas guerras, que no cesan.

Unos robando a manos llenas

Sin antifaces ni metralletas

En hemiciclos que parecen

El circo de las pendencias.

 Por mar y por tierra  cuerpos

Que se escapan en  pateras

Huyendo de la esclavitud,

Del hambre y de la miseria.

 Todo el mundo calla y otorga.

Ya no escriben los poetas…

Sólo el poder y el dinero

Son los dueños de esta fiesta.

 ¡Qué pena Señor! ¡Que pena!

           

Encarna Recio Blanco.





domingo, 31 de mayo de 2009

Se me han juntado las penas.



Se me han juntado las penas.

 No sé qué hacer con ellas

Si un ramillete, una corona

O dárselas a cualquiera.

¿Qué conjuro estará haciendo?

¡La luna cuando se altera!

 Me dice, coge el fusil

Y así podrás tú con ellas.

Pero yo no quiero armas

En esta terrible guerra.

Aunque estoy más sola que la una,

En una frontera con metralletas.

A un transeúnte me encuentro

Y le invito a mi contienda

Pero  sigue su camino

Con una mochila negra.

Un borracho en la otra esquina

Cae de bruces en la acera

y me dice  que me vaya,

Donde la alegría me espera.

Sigo sola mi camino

Y tras de mí, vienen  mis penas.

Cual comitiva funesta

Van a enterrarme con ellas.

 

Encarna Recio Blanco